Por decir algo y romper el incómodo silencio
Tiene la vida sus gustos y disgustos, sus bondades y sus miserias: sus altibajos. Como, por ejemplo, saborear una pera madura que deja la boca, la barbilla y las manos empapadas de dulzor y sufrir a la vez de almorranas, uña encarnada o acné pertinaz. O, como otro ejemplo, no haber jamás olido el aroma ---o el hedor--- de una bandera al viento, y no haber visto nunca las estrellas, pero sí un millar de lunas. Se la vislumbra a ésta, a veces y apenas, tras el aire opaco de la noche o enredada en la niebla de una madrugada.
"Una de cal y una de arena", dicen quienes sabrán --supongamos-- lo que dicen. ¿Qué tanto hablan, entonces, de la felicidad los ilusos cuando ni del contento saben? Dichosos los que se creen felices aunque no lo sean y lo sepan. Empuñan la arena, desdeñan la cal.
En el monótono de la angustia indefinida se da de pronto, y de vez en cuando, la dicha y a lo mejor hasta una momentánea felicidad. Porque tienen los día, para nuestro consuelo, sus trabajos y sus deleites, sus espontáneos entusiasmos en medio del persistente hastío.
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