El artificio de la escritura / The artifice of writing


martes, 22 de octubre de 2024

Para “Insectarium”: Mosca en la ventana


La mosca, insecto omnipresente,
aparece en un
incisivo comentario del poeta Billy Collins

sobre una diferencia significativa entre el novelista

y el poeta.


“While the novelist is banging on his typewriter,

the poet is watching a fly in a windowpane.”


De más está decir que mientras el novelista le da duro

a su máquina de escribir y el poeta mira embobado

a la mosca en el vidrio de la ventana, ésta también

ensueña---como un poeta ocioso---con ese mundo exterior, ajeno y sugerente al que no

sabe por qué no puede acceder.






lunes, 21 de octubre de 2024

Sensualidad de la escritura


Escribir, como todo acto creativo, es físico, corporal, sensual incluso. Es un ejercicio en que participa el cuerpo entero, hasta sus fibras más íntimas: el soma, que los dualistas separan del espíritu, como para degradar las funciones más luminosas (para nada numinosas), de su materia viva, de su biológica composición---si individualmente perecedera---eterna en la multitud y la historia. 

Cada gesto creativo es vivo, palpita con el pulso de la mano que el cerebro mueve, vibra en el nervio con el impulso electroquímico del deseo y el ensueño. Toda creación es materia activa: alas que el aire agita, las imágenes, las melodías, las palabras. Toda acción creativa se mueve en el tiempo de lo vivo: palpitar de la experiencia, continuidad del verbo transmutado en verbo siglo tras siglo, milenio de la voz que nunca calla, el clamor multitudinario de la creación humana. De lo que somos.

Ceniza que a la ceniza vuelve es el cuerpo. Ardiendo en la conciencia de sí mismo: vive y se quema: se autoinmola. Siente y se siente palpitar: piensa. Sabe que existe, que es materia viva, intrascendente, limitada a ser lo que no puede ser sino el ser finito, el que se engendra y se acaba---se consume---a cada instante en el instante de una vida. 

Si se ha de crear se lo ha de hacer contra el tiempo, a contracorriente, nadando a músculo herido, apartando las aguas a manotazos, mordiéndose lengua y labios en el esfuerzo del que sobrevive a toda costa en el caudal que ha de vencerlo al fin: cuerpo rendido, ya sin palabra, tendido en las arenas.

Quien escribe, nada. Somormuja, bucea en las aguas más hondas y agitadas, se arriesga al cansancio y a la asfixia. Cuerpo activo que discierne en la piel la caricia de la corriente, el tibio masaje del agua que lo abraza, la garra del torbellino y el calambre; que admira la transparencia de la ola que lo alza contra la luz, la quietud sumergida del translúcido remanso, y tiembla ante el fragor de la marea embravecida. 

O trata de volar quien ilusamente escribe. Se alza en el sueño, equivocado. Como si en el sueño pudiera haber un ángel de alas ilusas, imposibles. Como si escribir pudiera darse en la nada, en la inventada entelequia de un espíritu trascendente. Obtusa invención del empíreo.

Con el cuerpo es que se escribe. Porque no es posible escribir sin los instrumentos de la escritura, incluídos los que el propio cuerpo del que escribe aporta: ojos y manos, codo del brazo que apoya la cabeza, boca que descifra la enredada voz de la caligrafía, cerebro que todo lo combina: mente encendida, sensual arrebato. 

Escribir es un oficio manual, una forma de orfebrería.  

Quienes nos iniciamos al hábito de escribir a diario en los años previos a, ya no la maravilla de la electrónica, sino a la invención del bolígrafo más simple, tenemos una dependencia física y emocional del papel de diversas texturas—cuadernos y libretas--, de la pluma fuente y sus caprichos, de la tinta y su aroma, del lápiz de grafito y su sabrosa madera. Manos, ojos, nariz, boca y oídos los gozan en el acto de escribir, acto sensual que a la mente motiva e inspira. 

Se nos enseñó a escribir copiando, con pluma de palo empapada cada tanto en el tintero de loza, lo bien escrito por otros, los maestros. Letra a letra, la caligrafía engorrosa de la plumilla ya demasiado cargada de tinta, ya reseca, iba llenando con palabras imitadas, línea a línea, las planas que, cada vez mejor escritas, se amontonaban, cuaderno a cuaderno en esa acumulación de papeles cuyo encanto los invisibles directorios digitales no alcanzan---ni nunca alcanzarán---a reproducir.

La copia fue disciplina diaria. De ella, de ese cotidiano inclinarse sobre el pupitre levemente inclinado como los viejos facistoles de monjes escribas, fue surgiendo el encanto de la palabra escrita que trasciende a tinta y nace del susurro de la pluma que desde el silencio de la tarea meticulosa convoca a la mirada la letra manuscrita que va apareciendo en el papel como surgida de la nada. Palabra también creada en el murmullo del que al leerla la dice y casi al instante la repite al transcribirla. Sabor de la palabra, belleza visual de la caligrafía, complejo filigrana descifrable.

Casi sin darnos cuenta fue esa monótonamente inspiradora disciplina la que nos llevó de copiar las palabras de otros---las ajenas---a generar las propias. Maravillosa experiencia de lo inesperado. Visto el milagro sorprendente la sorpresa entabló su dominio. Para siempre. Ya no fue posible el silencio ni el mundo sin palabra escrita. La disciplina diaria de escribir y murmurar lo escrito dejó de ser una mecánica aparentemente inane para transformarse en el deleitoso ejercicio de inventar trazando arabescos personales en el papel en blanco. Papel que, cubierto de palabras, se archiva y guarda en el creciente tesoro de lo que se volverá a leer—acto también sensual---algún día.

La literatura es un ente material de complicadas y sensuales formas.




domingo, 20 de octubre de 2024

Para "Insectarium": Los insectos de Javier Tinajero R,

En el libro más reciente de Javier Tinajero R---Defectos Nutritivos (Buenos Aires Poetry, 2023)---se esconden unos pocos insectos y un arácnido que no son propiamente tales sino sólo poderosas imágenes poéticas, representaciones de algo que su condición de alimañas alude efectivamente.

La mariposa, insecto hermoso de vuelo etéreo y, por lo mismo preferido de poetas, artistas y soñadores, sirve de título a uno de los varios textos en prosa del libro: "Mariposa pánica" (Pág. 41). Habla este texto del acto de escribir---"leve electricidad en el aire"--- y lo que con él se descubre: "Así te encontré, doblada en una hoja de papel, airosa de esa tempestad que encrespó tu nombre, en el sol que ahora se posa como una promesa en tu dedo y vuela", dice, en términos plurivalentes y elusivos, la última oración del poema. 

Salvo por el título, en "Mariposa pánica" no se nombra al insecto; se lo insinúa en la nota doblada dentro de un libro y en el sol que, como delicado insecto, se posa en el dedo de la mano que debió escribir la nota disecada que echa a volar. Texto éste de entrelazadas simbolizaciones que dependen del insecto inspirador sugerido.

Dos insectos más, éstos nombrados directamente, acuden en el texto como representaciones concretas del sentir. Uno son las muy realistas hormigas que remedan ese "cosquilleo en la punta de los dedos" que al final del poema se insinúa en el sol posado como mariposa en la punta del dedo. Cosquilleo o comezón "como de caminito de hormigas negras en la cocina de la mente" donde se crea o prepara el texto lírico. 

El otro insecto en "Mariposa pánica" es el venenoso "alacrán invisible" de la vieja herida de la poesía que no cicatriza y que---arácnido dañino--- "me pica una muela cuando descifro un mensaje", ése que al final aparece como mariposa doblada dentro de un libro.

Tanto la mariposa, como las hormigas y el alacrán aparecen en otros textos del libro. La primera compone una imagen de estirpe surrealista en "Rima en el tiempo"(Págs. 60-2), otro poema en prosa. El inverosímil "bostezo de mariposa" representa muy bien en el contexto lo impreciso y volátil de un ensueño. 

De las dos representaciones de la hormiga, una es la que se encuentra en "Mariposa Pánica", ya comentada; la otra sirve en el poema "La visita" (Págs. 58-9) para representar una de las diferentes maneras de cómo la "poesía entra a casa", invasora: 

                        ". . . como una flota de hormigas

                        que se alimenta de los trastes. . ."

forma ésta, nada poética, de hablar de la complejidad totalizadora de la visión creadora. 

Dos apariciones también hacen cada uno la mosca, la hormiga, el grillo y el alacrán.

Algo dicen de lo persistente del deseo estos versos de "Revelación" (Págs. 36-7) en los que el símil de la mosca insinúa un apetito "oscuro":

                        "y mis ideas merodean contigo

                        como moscas en la fruta

                        de oscuridad inmadura",

mientras que en la segunda alusión al insecto repugnante en el mismo poema la mosca sirve para representar, en su darse una y otra vez contra los vidrios de la ventana, la ciega obsesión por conseguir lo imposible:

                ". . . es el deseo de asir la vida en las palabras

                y saberse Historia, fuego, inscripción

                curiosidad y vanidad, amor y deseo


                es una mosca que insiste en la ventana. . ."

Los grillos, insectos nocturnos, poéticos por excelencia, tienen en este libro una presencia más bien muda, opuesta a la que los caracteriza tradicionalmente en poesía. En "Parfum"(Págs. 44-5) el grillo individual, no el coro de las habituales imágenes líricas, musicales, resalta la oscuridad del escondite en el silencio:

                        si este olor hablara

                        diría que va a llover siempre

                        en callejones oscuros de octubre

                        cuando un grillo se esconde

                        al pasar cerca de tu casa.

La oscuridad también le corresponde al sentimiento de quien, grillo solitario, se dice a sí mismo, como a escondidas, sus propias palabras, esos "escombros que respiran/polvo de mudanzas/de sueños derrumbados":

                        Y yo las acaricio

                        y las pronuncio frente al espejo

                        como un grillo en la oscuridad.

                                            ("Nitidez", pág. 48)

El alacrán, por su parte, es en "Corazonada" (pág. 78) representación del temor al monstruo que aguarda debajo de la cama en forma de pesadilla. 

Dos insectos más cumplen labor expresiva en sendos poemas del libro. Son insectos que expresan lo opuesto al pavor oscuro del alacrán y son, coo tal, parte de un vocabulario simbólico de antiquísima prosapia lírica. 

En el poema "37" (Pág. 19) las luciérnagas son "chispas, fuegos artificiales, incendios tan grandes como versos." Y en "Rima en el tiempo" (Págs. 60-2) la alusión a las abejas en el símil hablan de la miel que endulza secretamente la experiencia vital del momento:

            no somos mas que el dulce presente derramado

            de abejas extraviadas en la ciudad.

Tienen los insectos en las artes y la poesía el valor de términos simbólicos y metafóricos de múltiples resonancias. Es a ese vocabulario lírico al que, sabiéndolo efectivo, acude Javier Tinajero en los poemas de su hermosamente bien calibrado libro.