Los recados del gato
La abuela manda decir con el gato que ya está bueno de vivir, que ya ha vivido demasiado y que tendrán que buscar manera de ponerla a dormir, como puso ella a dormir caritativamente, a lo largo de su larguísima vida, a varios gatos y perros y a sus tres maridos. Que ya está aburrida de despertarse desilusionada infinidad de veces cada día.
--¿Cómo que con el gato?
--Sí, mandó el recado con el gato. Bajó maullando con la misma voz filuda de ella y yo juraría que venía escaleras abajo diciendo que mandaba decir la abuela que ya estaba bueno de seguir pasando el tiempo aburrida en su butaca; la incómoda butaca, tan vieja y destartalada como sus huesos.
"Razón tiene la vieja", pensó el bisnieto, "se le pasó la mano al tiempo" y consideró varias posibles maneras de darle gusto a la bisabuela aburrida que a todos tiene aburridos de la espera.
--Vivir de más es una lata--pero nadie la oye. --Hasta las paredes se han aburrido de acompañarme.
No sólo nadie la oye sino que--salvo el gato--nadie sube a su cuarto a esciuchar qué dice cuando habla a solas. Esperan que se duerma--lo que hace a cada rato a ratos, por lo que hay que estar pendientes--para llevarle un par de veces al día lo que apenas come y bebe: un caldo, ralo como la pelusa transparente de su pelo, que no alcanza a matarla de hambre.
--Gato--lo llama y le dice: --vete a la despensa y búscame algún veneno que me mate suavemente.
Al gato se le ponen de punta los pelos y desobedece. Nunca en sus nueve vidas había oído tal despropósito.
Ante la falta de comprensión de su Zaratustra la vieja decide entonces proceder con el plan más complicado: el que requiere de fuerzas que tal vez ya no tenga. Trabajosamente se levanta, como lo hace cada vez que tiene que ir al baño, y camina a tientas--medio ciega está o se le olvida levantar los párpados--hasta la puerta ventana del balcón que da al jardín de las hortensias; trayecto éste interminable para sus pies que se arrastran a duras penas. Descorrer las cortinas pesadas de lo densas requiere de un esfuerzo mayor y solo puede abrirlas lo suficiente para dejar entrar al cuarto a oscuras la imagen de la luna nueva sonriente. Otro duro esfuerzo--éste para sus manos de puros huesos diminutos--es necesario para abrir la puertaventana y dejar el mínimo resquicio necesario para escurrir su cuerpo esmirriado y salir al balcón.
La magnitud de la noche y su aire brioso de primavera le producen tal placer que decide que es muy pronto todavía para echarse a volar.
Pero la brisa--o más bien el viento--le agita el camisón y o la levanta en vuelo o la arrebata con sus alas blancas o más bien la asciende a lo alto de la noche en sus talones la fúnebre lechuza que cree haber cazado una paloma.
Zoroastro maulla entre dolido y admirado. Cuando la pierde de vista entre las estrellas baja corriendo a la cocina a dar la noticia, el último recado de la abuela. Todos--hija, nietas y bisnieto--se alegran al oirlo y abren, para celebrar el portento, la botella de vino envejecido en los años de espera.
La ocasión del brindis por fin se ha dado.
2 comentarios:
Me gustó muchísimo, Santiago. Qué manejo de las atmósferas, los personajes y la trama. Una historia que en estos tiempos cobra aún mayor vigencia. Felicidades por tu cuento. Va un abrazo.
Gracias, María del Carmen,por tu lectura.
Publicar un comentario