Mediodía

--Hablemos de otra cosa--dice--de cualquier otra cosa, por favor. Y no te lo pido "por el amor de dios" porque sé que te molesta toda referencia a esa invención nefasta. Hablemos de lo que sea, menos de lo que estamos hablando.

--Te agradezco tu consideración. Y sí, ya que me lo pides, hablemos de otra cosa. ¿Qué te parece si hablamos de las formas de las nubes y del color del cielo en que se forman y deforman?

--Tendríamos que salir afuera para verlas y poder hablar de ellas.

--Precisamente.

--¿Con este calor?

--No es tanto. Probablemente haya una brisa del lago. --Vamos--ordena al levantarse y va hacia la salida sin esperar si lo sigue o no. Podría estar solo.

Sola se siente al levantarse, trabajosamente, de la silla en la que había logrado acomodarse al fin sin que le dolieran demasiado los huesos. Sola se reconoce al seguirlo, varios pados detrás, hacia la puerta de salida.

Al abrir él la puerta entra una bocanada de calor que la detiene. Él sale sin sostenerle la puerta abierta para que salga al mediodía de sol detenido justo arriba.

Sale también ella, abrieńdose la puerta con dificultad porque pesa y se resiste.

Ya afuera, de pie uno al lado del otro, los abruma el aire quieto. En el cielo de esmalte ardiente no hay una sola nube.

Mudos: ninguno de los dos dice ni una palabra.

El sol comienza su descenso hacia la tarde.