En viaje: paisaje de ayer

Hoy el mar, gris bajo un cielo gris, está calmo, casi dormido. Las olas vienen a romperse flojamente en la playa; entre las rocas apenas si forman espuma. 

La ciudad, a lo lejos, se ve como una nube levemente oscura que detiene el horizonte, largo y apenas perceptible, encuentro de dos grises: nublado y mar que lo imita.

Momento atemporal de esta mañana quieta.

Si no fuera por el sucederse de las olas se pensaría que no pasa el tiempo, ese continuo batir de los segundos que uno goza sin darse cuenta.

Son olas, de no más de un metro de alto apenas, que se forman lenta, blandamente desde lejos de la playa; al acercarse levantan su cresta blanca y se transparentan verdes y estriadas de espuma contra la luz neutra del nublado.

Siente quien las mira la urgencia de apoderarse de tal movimiento y en vano toma unas cuantas fotografías que no muestran nada de lo contemplado.

Sabe que unas semanas más ese mar de lento oleaje será una realidad distante, ajena, abandonada.