El artificio de la escritura / The artifice of writing


lunes, 3 de abril de 2023

Don Baruj recuerda: el tordo

Siempre hubo en casa por lo menos un canario. Nunca la cotorra que yo tanto quise tener antes de volverme contrario a eso de atrapar y adueñarse de otros seres, salvo los imaginarios. 

A falta de un canario, alguna vez hubo en casa jilgueros. Y a falta de mi lora deseada tuve un tordo que aprendió a silbar y entonar canciones en una casi voz humana.

Lo fuimos a comprar con mi nana a la feria de los carretones en El Almendral, popular marcado al aire libre de la calle donde tantos la conocían que para llegar a cumplir nuestro objetivo—volver a casa con un pájaro enjaulado—hubo que detenerse a conversar en una diversidad de puestos diferentes, desde el de la fruta del valle interior, el de la murtilla y las avellanas del sur, hasta el de los berros del estero de cerro arriba, pasando por varias ventas de mariscos y pescados, de luche, cochayuyo y ulte marinos; de perdices recién cazadas y conejos vivos, huevos de toda laya—blancos y de color, de gallina, pato y codorniz—y dos o tres quincallerías de inverosímiles objetos hurtados y extraviados. 

Todo aquello lo miraba yo entre asombrado de novedad e impaciente por llegar al sector de los pájaros desde donde nos llegaba, alejado, el guirigay de las aves enjauladas, vivaces del nerviosismo de los atrapados. 

Nos fuimos acercando lentamente, deteniéndonos a cada paso a saludar y conversar, a aceptar la frutilla de muestra, la mora, la frambuesa, la cala del melón, la lasca de queso de cabra fresco, la macha cruda, el pebre, la raja de pepino dulce, el alfajor, el aroma de la hierbabuena, del boldo y el cedrón, la prueba del dulce de membrillo, la gallinita de manjar blanco, la azucarada empanada de alcayota y nuez y el sorbo de la aloja de culén “pa’que la pruebe el niño”.

Paso a paso fuimos avanzando entre el pulular de la compra y venta y la plétora de alimentos de la tierra, el mar y el cielo—un tocinillo del cielo tocó probar también y una alita de pollo adobada—camino colorido, oloroso y cacofónico rumbo a las también populosas pajareras.

No sabía yo que era cómplice de una una ingenua maldad cundo volvíamos a casa con un bellísimo tordo como de obsidiana que me miraba, enjaulado, culpándome de su tristeza. Ésa de que lo escuché lamentarse creyendo que cantaba. 

Quise a ese tordo de azabache como no podría haber querido a ningún loro multicolor y deslenguado.



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