El artificio de la escritura / The artifice of writing


martes, 11 de octubre de 2022

Lucidez del instante

Una vez asumida en el momento de lucidez la irrelevancia de ser, todo lo demás--dicho así, en vaga totalidad abarcadora--se aclara. 

Dejan de importar los asuntos que importaban e importunaban los días y las horas con sus interrogantes, vacilaciones, temores, dudas e ilusiones. 

Y no había más que hablar. 

No había más que hacer, tampoco; salvo, por cierto, continuar viviendo. 

Porque se ve que la vida, por lo inane que parezca, insiste en continuar. Es lo suyo, su propósito y objetivo, continuar contra todas las fuerzas del exterminio y la extinción.

En eso estaba, sintiéndose vivir a pesar suyo, cuando sonó el teléfono y volvió a sonar varias veces, a intervalos. 

No lo contestó, aunque le perturbara el sonido de alarma insistente de quienes llamaban. Le perturbaba menos que el acto de levantarse a buscar dónde pudo haber dejado el celular que así incitaba, como escondido. 

--En cuanto tenga tiempo te llamo--le habían dicho. 

Estaban cumpliendo con su palabra; pero nunca les dijo que contestaría y no tenía, entonces, por qué levantarse a buscar, encontrar y contestar el celular insistente, llamada de los preocupados.         

Se produjo eventualmente el silencio.

Pero un poco más tarde fue el timbre de la entrada la expresión de la insistencia. 

Luego los golpes en la puerta repetidos con creciente energía que, se habría dicho era cada vez más urgente.

Casi dejó de respirar para no dar signos de vida. Para hacerse ausente. Tuvo que aguantarse también de ir al baño hasta que al fin desistieron de llamar y se prolongó el silencio. Esperó a duras penas los minutos convenientes antes de hacer ningún movimiento. 

Alcanzó a llegar al baño apenas a tiempo. 

Suspiró de alivio y se echó a reír por primera vez en muchos días, semanas, tal vez, o a lo mejor meses.

La situación era irrisoria.

Riendo pasó a la cocina y sin ni darse cuenta de lo que hacía se preparó, todavía riendo, una tetera de té y se la fue tomando de a poco con un deleite que, de pronto, le produjo la sorpresa de encontrarse de buen humor, a gusto con el momento y su modo de apropiárselo como la dicha que, por menor que fuera, le estaba dando perfecto sentido a la vida, a ese sentir que se está--conciencia del ser--en el arrebato del instante que sucede y le sucede: sensación del pulso intermitente y el irse consumiendo del té a medida que lo bebe, sorbo a sorbo, gesto a gesto acostumbrado. 

Dulce fluir de lo cotidiano.

Había hecho bien, pensó, en asumir por fin su inutilidad liberadora de preocupaciones.

Ya encontraría el celular escondido y haría un par de llamadas sin importancia pero necesarias. No estaba bien, después de todo, hacer que los demás se preocuparan.

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