El artificio de la escritura / The artifice of writing


jueves, 23 de junio de 2022

Las órdenes


--No hay nada que pensar: siga las instrucciones y déjese de payasadas.


El ruido lo hacía gritar, y hacerlo en vano. El otro, si lo oyó, no le hizo caso e insistió en seguir pensando sobre el asunto sin hacer nada. 


Las instrucciones habían sido bien claras: no había nada que pensar. Eran órdenes, después de todo, y se debía seguirlas. Era lo que correspondía hacer y de no hacerlo estarían en un problema, sobre todo él, el responsable de la operación.


Obedecer. Era lo que sabía hacer, lo que había hecho toda su vida. No entendía que alguien--y más que nadie ese impertinente--no obedeciera. Que no le obedeciera a él le importaba menos que no obedeciera, que se negara a seguir las órdenes de arriba, de los que saben lo que se debe hacer y toman las decisiones. 


Se lo dijo--se lo gritó, más bien--: que no eran órdenes suyas ni suyas las instrucciones; que eran de los superiores, que no era a él al que tenía que obedecer sino a los de arriba. Que por favor lo hiciera.


Trató en vano, claro está, de convencerlo.


El otro, con sus ademanes exagerados y burlones, le indicó que no lo oía, que el ruido no lo dejaba oír, que no sabía lo que le estaba diciendo.


Con ademanes también, desesperados, le indicó que lo siguiera y echó a andar escalerilla arriba hacia la salida.


Pero el otro no lo siguió. No le hizo caso, como si el ruido acallara toda forma de comunicación.


Lo vio quedarse quieto, ensimismado en su pensamiento, considerando acaso--el impertinente--las consecuencias que tendría seguir las instrucciones.


Él, por su parte, no había querido ni pensar en ellas: sabía muy bien a qué los condenaba.








No hay comentarios: