Dulce derrota
--Me doy por vencida--alcanza a musitar al instante en que el libro se le cae de las manos y se le cierran los párpados, pétalos pesados de una miel de adormideras.
De la lectura la arrancó el sueño de un libro de papel radiante y tinta intensa que contaba en elaboradas letras otras historias, más audaces e incomparablemente mejor narradas que las del libro material, ya en el suelo, despanzurrado y mudo.
Leyó, embrujada: presa del suave abrazo al que se entrega--vencido-- el dormido.
Soñó que leía, tendida en el sofá demasiado cómodo, el de la molicie culpable, el de tantos gratos abandonos.
Y en el sueño el libro esplendoroso de letras de azabache luminoso se fue volviendo pálida niebla de amanecer y acabó esfumándosele en nada entre los dedos: borrándosele tras sus párpados, sedosas alas de mur ciego lanzado al vuelo.
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