El artificio de la escritura / The artifice of writing


lunes, 7 de mayo de 2018

Para unas "Memorias de la vanidad"

“Vanidad, con las alas dorados”—canta el bolero—y continúa con unos malos versos sentimentales que echan por el suelo el intento de vuelo que ese primer verso pudo tener. Dorado vuelo del ave vanidosa, de plumaje ostentoso y falso: puro brillo aparente. 

Quien puede abstraerse de tal equívoco invite a lo sublime. Es nuestra ley de humanos, nuestro destino, ofuscarnos. Recipientes de la llama que el semidiós robó a los dioses, nos afana lo deslumbrante. Así, el vuelo coruscante del ave pasajera de enormes alas de oro nos eleva, encandilados, al riesgo del engaño.

La vanidad nos alza en vuelo. Ícaros ilusos que aspiramos a alcanzar la lumbre total, el propio sol que nos quema las alas, nos arriesgamos inútilmente. Más que ascender, caemos. Caemos en la trampa del autoengaño.

Sin llegar a la exageración del cohelet, que desde su fervor dogmático lo vuelve todo vanidad por denigrar lo humano, se ha de admitir que nos confunde lo equivocado; que en la demasía de la aspiración y el deseo, que en el entusiasmo de lo extraordinario nos condenamos al remordimiento que, tarde o temprano nos muerde los talones en la huida. 

Vencida la vanidad, desplomados con ella desde lo alto, caemos en la cuenta del engaño. Al menos los que por un momento, al cerrar los ojos encandilados, ven al fin de veras.

Mirar require de un espíritu encendido de su propia brasa, la que se esconde bajo las cenizas, el rescoldo del fuego que ardió enceguecedor y vivo, equivocadamente vivo de ilusiones. 

Mirar y ver son actos de rebeldía, repetición del primero, el primer pecado, orígen de la humanidad y su sufriente historia del enfrentamiento con la ceguera impuesta y su obligado acatamiento de una realidad de apariencias que convocan a la vanidad y su suntuoso vuelo de tornasol.

Quien se detiene a mirar, desengañado de ascensos sin sentido, puede ver debajo de las piedras, entre los intersticios de los mármoles monumentales—templos de la vesania, palacios de la avaricia y su poder, fortificaciones del odio—y entre las telas oscuras de su propio laberinto interior. 

Puede ver lo que se prefiere escondido. Y ya no hay vanidad que valga: se le impone la humildad de lo certero.

Y es con tal certeza con la que debiera el que ve mostrar lo visto. Sean las suyas memorias—evocación repensada--de la vanidad.


  

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