El artificio de la escritura / The artifice of writing


domingo, 13 de febrero de 2011

Nada o Adán

El espejo tiene su manera de descifrar lo invisible. Adán, el ser humano, nos dice el cristal revelador, es nada. Juego de palabras que otras lenguas no funciona, como no funciona en castellano que el dios sea en el espejo un perro. Cada lengua tiene sus propios espejismos que, hablantes y escritores confunden con lo esencial. Hablar y escribir parecen cosa fácil, son actos casi automáticos a veces, tal vez momentos de inspiración en que alguna musa irreverente y juguetona hace decir al escritor, al que habla, lo irrelevante y lo manido con tono y voz de grandes ceremoniales. Se habla y se escribe a grandes voces. Se entrecruzan los discursos, se confunden las imágenes de espejos enfrentados, se desmorona el silencio con desgana de gladiador abatido. Y bajo el sol, donde nada nuevo existe, el ser humano, Adán, se refleja en la superficie coruscante del agua sabia y no es más que nadA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu comentario inmediatamente me trajo a memoria los escritos por puño y letra de DaVinci, quien de manera muy natural escribía “en espejo” sus apuntes, acto que no solo confundía a los lectores —o espias—, sino que muy posiblemente le daba oficio a las musas que tanto lo inspiraban.

En las historias exageradas, que a menudo con el paso del tiempo quedan convertidas en leyendas, aquel “cristal revelador” no revela nada, como sucede en el caso del pobre conde Drácula, porque ni siquiera tenía reflejo. En la mitología griega, Narciso cometió el gravísimo error de enamorarse de su propia imágen cuando vió su reflejo en el agua y a partir de aquel momento, se convirtió en el “homme fatale” de los niños bonitos. En los cuentos fantásticos, los mismos magos disparaban sus rayos de magia contra alguien, quien empleando astutamente un espejo como escudo, les reflejaba la dosis total para que pudieran probar de su propia medicina: ¡nihil novum sub sole!

Quizás nuestro mítico amigo Adán con un nombre diferente, hubiera tenido mejor suerte. Simplemente cambiando su nombre a un palíndromo, como por ejemplo “Ana”, le habría permitido comerse la manzana tranquilamente y sin atragantarse. Pero si lo hubiera cambiado por un anagrama, como “Olga”, entonces le hubiera ido de perlas, ya que las rutilantes aguas lo hubieran convertido en “algO”

André