El artificio de la escritura / The artifice of writing


domingo, 23 de enero de 2011

Sala de emergencia

Entiendo que en televisión hayan hecho de la sala de emergencia de un hospital el centro de un programa que ha tenido muchos entusiastas seguidores. Se suman en un lugar así y en pocos momentos una variedad de tragedias humanas, cada cual la mayor y más dramática para el paciente que la vive y sufre. El regusto que se siente ante la tragedia ajena es universal; no hay quien se salve del mismo y ya en tiempos antiguos el filósofo lo entendió en su esencia humana. No otra cosa han hecho grandes escritores, dramaturgos y narradores, al darle al público obras que lo enfrentan al sufrir del prójimo sin obligarlo a presenciar directamente el sufrimiento, que en vivo carece de toda estética, como lo puede comprobar quienquiera que pase unas horas en la sala de emergencia contemplando su alrededor o esquivando la vista por evitar lo que sobrepasa la curiosidad.

Curiosidad es lo que nos lleva a leer, curiosidad también lo que dicta la palabra literaria, invocadora de secretos, indagadora de misterios. Y nada más secreto y misterioso que el espíritu humano. Lo que uno quiere saber en la sala de emergencia es por qué grita una mujer tras la puerta contigua y cómo el que pasa raudo en su camilla, costosamente manejada por un enfermero, pudo alcanzar tal volumen corporal, y quién es el hombre que acompaña mudo al anciano boquiabierto que parece agonizar en una cama en la que apenas si hace bulto su esqueleto centenario. Lo que uno quiere saber es la anécdota del sacrificio. 

Sufrir es asunto de todos los días, las formas individuales del sufrimiento son originales y nos hacen sentir, por comparación, afortunados en nuestro mínimo accidente.  Como cuando leemos de las angustias de un protagonista literario, pura invención, anécdota original consoladora.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los programas de esa índole son populares porque proporcionan un jeringazo de adrenalina, creando euforia inmediata. La costumbre de querer desatar sentimientos fuertes, se hace cada vez mayor, y por ello se intensifica el deseo de potenciarlos de manera superlativa.

Algunos derivan cierta satisfacción morbosa observando el sufrimiento de otros. Ejemplo clásico es el que se ve en las autopistas sobre las que ha ocurrido un accidente de tránsito, que causa embotellamientos demorados, todo porque los conductores que pasan por el sitio, estiran el cuello como una jirafa, ejerciendo sus capacidades de mirones o fisgones.

Presenciar el sufrimiento nos hace más husmeadores que mártires. A veces experiencias aleccionadoras nos hacen caer en cuenta de la buena suerte que tenemos a comparación de las del prójimo.

André