Las películas dan de qué hablar
Lo normal es que cuando uno va al cine necesite conversar con alguien de la película que acaba de ver, especialmente si es una que le haya producido a uno alguna reacción. Así me sucede con Sangre mi sangre, que también lleva el título de Padre nuestro, con el que ganó premio en el festival Sundance.
No puedo decir que sea una plícula agradable de ver porque tanto la historia como la fotografía están dirigidas a crear una visión negra del mundo de la inmigración clandestina. Desde un comienzo la cámara ofrece un escenario gris, inaugurando el tono general del film, que es el de lo incoloro, lo oscuro, lo sombrío. Consigue muy bien su objetivo y lo pone a uno en un estado de incertidumbre, incomodidad e incluso desagrado.
La historia es convincente y dramática en su simplicidad. La juventud de los protagonistas subraya lo patético del mundo representado. La figura del padre, de una doliente humanidad, sólo viene a rematar la desesperanza que la situación propone. Admitiendo que en bien del efecto dramático se esquematiza un tanto los opuestos del bien y el mal, o más bien del cinismo de la sobreviviencia y la ingenuidad de la ignorancia juvenil, se puede seguir la historia sin mayores dudas sobre su veracidad.
El final, sin embargo, resulta completamente incomprensible y se lo entiende como una fórmula de conclusión mal aplicada. Es una lástima que no se haya pensado en una forma más realista de darle fin a la historia, tal vez de un modo no tan melodramático y por lo mismo más convincente. Al cerrarse la película de una manera tan torturada se siente caer el aura de credibilidad que hasta ese momento hacía intensa la experiencia narrativa y el film entero se desmorona y aparece como demasiado obvio, incluso exageradamente pesimista.
Una buena anécdota cainita de profunda veracidad psicológica se debilita por querer darle un final que la historia no propone por sí misma.
Aun así, Sangre de mi sangre tiene el peso de una obra cabal y toca hábilmente un aspecto íntimo de la emigración de los desposeídos: el de la familia desmembrada, el desarraigo de la ausencia paterna y la violencia contra la propia sangre frente a la desesperada necesidad de sobrevivir.
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