El artificio de la escritura / The artifice of writing


viernes, 26 de abril de 2024

El encuentro del tesoro












—Busquemos y rebusquemos—nos insta, tratando de infundirnos algo de su inocente entusiasmo. 

Se trata, nos ha dicho, de encontrar el tesoro del buen pirata, el que les quitaba a los poderosos lo que los poderosos les arrebatan a los sin otro poder que el del trabajo.

Le ayudamos a buscar—ilusionados por el posible encuentro—en el laberinto del jardín del frente, el que quisiera descender hasta la playa; y en la playa misma: en sus conchales que las dunas cubren y descubren; en la floresta del huerto le ayudamos también a buscar, entre limoneros y almendros, alrededor de las colmenas y a las sombras del parrón y de la higuera monumental como iglesia catedral. Y buscamos después y rebuscamos dentro de la casa y sus recovecos.

No sabíamos—de más está decirlo—que hablaba en lenguaje figurado de cacatúa sabia —”repite leseras como loro” ha dicho de ella su tía materna, que la quiere a morir, como la quiso desde el primer día, y por lo mismo la compara con los pájaros pintorescos y parlanchines que le encantan y la vuelven loca. “Busquen y rebusquen, niños”, nos dice también ella, siguiéndole, fantasiosa, el juego.

Aparte de que todo lenguaje es figurado, el de ellas—tía y sobrina idénticas—figura fantasías que no hay quien resista.

—Hay que buscar y rebuscar—repite y amontona libros sobre la mesa enorme de la enorme biblioteca: todo el piso superior de la casona ancestral---el tercero---desde donde se ve por sobre el seto de pinos, como desde una torre vigía, el mar océano, extendido de norte a sur en el largo y curvo litoral donde marea y montes se encuentran y rechazan.

Amontonados, los libros que ha seleccionado de los anaqueles repletos de lomos de títulos dorados, se ven tan hermosos que tuve que exclamar, al verlos y tocarlos: “¡El tesoro!”

Nadie, ni el perro, me hizo caso, entretenidos como estaban, unos en hojear tales maravillas y en agitar la cola de contento ante el contento general, el otro. En su encandilada curiosidad no se daban cuenta de lo encontrado. 

Les tomó un buen rato descubrir que tenían el tesoro entre las manos.

Yo me había sentado en el sillón de la ventana norte, la de la suave luz matizada por el jazmín que se encarama hasta lo alto del balcón, a leer el libro que elegí del montón por haberme parecido el de encuadernación más hermosa. Admirado, declamé en voz alta lo admirable:

"Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe"

Al oírme leer supieron, al fin, que habíamos dado con lo que buscábamos y rebuscábamos.

"El hijo de Rana, Rinrín Renacuajo . . . ", cantó mi hermana, leyendo el libro que hojeaba por casualidad. Y fue la voz de Lázaro, el de Tormes, la que empezó a contar por boca de uno de los primos---el más astuto--- su picaresca vida y su hambruna.

Al trío de lectores simultáneos se añadió el perro con su desalado agitar de cola y sus ladridos de fascinado.

---Bajen a tomar once---llamó desde abajo la tía pirata, dichosa guardiana del tesoro.



2 comentarios:

pablo valenzuela f dijo...

El Chago de los cuentos y de los poemas es el verdadero; el de los mensajes cortos es un mal sueño. Es cosa de leer sus libros que para mi fueron un premio y ahora un tesoro

Santiago Daydi-Tolson dijo...

Escucho y debiera seguir el consejo implícito en el comentario que recibo con aprecio.