El aburrido
"De algo que no puedo acusar a nadie es de este aburrimiento exclusivamente mío", piensa ociosamente, una taza de café frente suyo y a su alrededor el público del café, al que no ve ni observa cómo también se aburren, cada cual a su manera, pero todos inclinados sobre una pantalla iluminada que sólo aparenta entretenerlos.
"El aburrimiento", sigue pensando desde su egocéntrico e ignorante hastío, "me pertenece".
Lo asume como un signo agobiante de su soberbia inteligencia.
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