Teoría del pecado
En cualquier momento, y sin razón aparente, de entre los diablillos en calma--porque, aunque no lo parezca, los muy pícaros también descansan--uno de ellos se despierta, se despereza--pensando en qué diabluras ocupar las horas aburridas--y comienza a hacer de las suyas.
El diablo mayor lo envalentona, lo azuza.
Curiosos, los demás diablillos y alguno de los viejos con más experiencia (sabe más el diablo por viejo que por diablo) se despiertan también a ver de qué se trata el barullo y se entusiasman: entran en el juego.
Se arma entonces la de San Quintín y en la batahola no queda títere con cabeza.
No hay quien se salve.
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