Pluma fuente al sol

Hay momentos cuando es imposible encerrarse en el escritorio, por cómodo que sea, y dejar que el día de otoño, luminoso y fresco, de perfecto cielo azul, vaya sucediendo detrás de los vidrios aisladores de la ventana, la que da al patio de atrás y su descuidada belleza de rincón personal para la contemplación. 

Días como éste en que hay que salir a sentarse bajo los árboles, ralos ya por la estación, y escribir en las páginas radiantes de sol --blancas como nunca-- de la libreta de notas que se lleva a todas partes --vademecum-- en un bolsillo, sea del pantalón, sea de una chaqueta o abrigo, según convenga. 

Sentarse a escribir --a la luz tamizada del suave sol-- con la estilográfica predilecta que también va siempre con uno, como instrumento imprescindible que es de quien mira y remira su entorno en continuo cambio.

Y a veces, al estar así al aire libre transcribiendo a la página en blanco el parlotear de los pájaros --musas-- que van y vienen, siempre ocupados en algo, la pluma tiene destellos de luz al concentrarse en ella el sol, radiante, que las ramas, casi sin fronda ya, no obstaculizan. 

Se diría que en ese instante la pluma emite luz por sí misma: ígneas chispas de energía estelar. En el papel va dejando el negro trazo de tinta, carbón de su incendio.