Resurrección

Sonó la alarma del teléfono, innecesariamente, a las 6:00 de la madrugada: llevaba despierta, sin decidirse a levantarse, desde las 5:35. Pensó que tal vez esperaba que aclarara.

Cuando en los visillos de la ventana se vislumbó la palidez de la mañana que se iniciaba pudo echar a un lado las sábanas y, girando sobre sí misma, lanzar los pies al aire y plantarlos con firmeza sobre el suelo. Frío, o tal vez solamente fresco. 

La siguiente decisión, que tomarla le tomó unos segundos, fue ponerse de pie. Y después, ya de pie, echar a andar. En este caso la decisión fue más bien una respuesta instintiva a la necesidad matinal de ir al baño. 

Era lo habitual: despertar antes de que sonara la alarma, esperar unos minutos sin levantarse y, después de hacerlo ir al baño. Allí se termina de cumplir el ritual del renacimiento diario.

Al salir del baño y entrar desnuda a su cuarto es éste un ascua de luz, las cortinas de la ventana, un chisporrotear de oro encendido.

En la cama, blanquísimas de luz, las sábanas revueltas en el desorden de la  mortaja abandonada.