La primera página

Ésta, la primera página de la libreta recién comprada, propone, como toda nueva página, cumplir con un acto ceremonial de inauguración e infunde en quien ha de escribir el ella el temor expectante del papel intacto, sin una mancha. 

La mano que la pluma empuña se detiene, insegura, sobre la hoja en blanco--tabula rasa de infinitas opcioses--y duda: no se atreve a marcar--manchar--con la tinta del verbo la albura muda de esta página primera que desde su silencio incita a grabar a arañazos de la pluma los confusos garabatos de las palabras.

Es toda primera página un reto, una ilusión, una propuesta. No por nada tiene la claridad del alba promisoria. Hoja en blanco terso como de cielo de madrugada, como de muro encalado para los grafitti de las profesías, como de superficie platinada de un estanque en calma en que escriben sus fugaces signos los insectos que apenas la rozan en sus nerviosos revoloteos.

Insecto de lanceta aguda, la pluma, al fin, tatúa la pálida piel de la página dispuesta a que la usen y le sonsaquen de su silencio todo lo que guarda en su blancura y la tinta expresa. 

Tatuada de intrincados signos, como de filigrana ritual de alheña, la página inicial--portal de inicios--abre camino hacia las páginas siguientes; páginas que irán a su vez abriendo puertas y portones con el vendaval incontenible de palabras que, en su huracán de aguas desbordadas, se llevan por delante las rejas y muros de constención, los tabiques divisorios, las represas.

Fluye el texto con sus tintas ya enrabiadas, ya exultantes: arrasa con todo a la vez que se demora en lentas, ceremoniosas curvas y remansos de profundos limos germinales.

Es la primera página de todo vademécum texto inaugural de una sucesión de textos--garabatos de signos sugerentes--que callarán apenas dichos y guardarán silencio para siempre una vez que, escritas de tapa a tapa, las libretas se olviden en el limbo de lo que se guarda para después: ese después que jamás se ha de volver un ahora.