La mano que escribía
La pluma--entorpecida la mano que la sostiene--se niega a escribir. No es que no quiera hacerlo: es que no puede, abrumada como está de limitaciones.
Vacilan--mano y pluma--sobre el papel en blanco.
Ante la infinidad de impresiones--demasiadas y muy diversas--de la realidad; ante la turbamulta de imágenes e ideas, se enredan las palabras unas con otras, se confunden e, incapaces de ordenar el caos, enmudecen.
El escritor insiste en hacerlas hablar, aunque balbuceen; pero incluso su obstinada caligrafía se resiente de lo inexpresable, por confuso, y traza en el papel un nervioso arabesco indescifrable.
No hay quien lea el endiablado garabato del texto que la mano impotente--como cercenada--ha escrito a pesar de todo.
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