El artificio de la escritura / The artifice of writing


lunes, 13 de junio de 2022

Deber del aseo


Ante el acoso invasivo del polvo y el desorden cotidianos la casa--el lugar en que se sueña--desmejora: se desmorona como carcomida de comején y mancillada de abandonos y telarañas. 

Tal desencanto reclama el periódico cuidado de la limpieza: la casi impotente y necesaria defensa contra el deterioro.

Limpiar y ordenar--hacer el aseo de la casa--es tarea existencial, filosófica: un complicado ejercicio físico y mental. Espiritual incluso, podría decirse que es, a riesgo de ser mal interpretado.

Tarea física, sin duda; mental también, a no ser que quien limpia y ordena lo haga mecánicamente en el trance auto hipnótico de la rutina, la mente ocupada en vuelos de escapada. Espiritual puede serlo, para consuelo de los desganados.

Un monje budista japonés, de quien escribí alguna vez en alguna parte, cuenta en su sabio libro sobre cómo mantener la casa limpia y ordenada que lo primero que los monjes hacen por la mañana es barrer y desempolvar el templo y que hacerlo es una forma de oración, un ejercicio espiritual.  

Habrá que creerle.

Yo, al menos, le creo, pero interpretando eso de la oración como una forma de celebración--melodía espiritual o salmo, si se quiere--del acto purificador del aseo de la casa--el templo personal--y como una repetición meditativa, ante el polvo sacudido, del clásico memento mori, severo y acertado.

Barrer, desempolvar, tirar a la basura lo que sobra no puede ser sino un acto ante todo espiritual, un ejercicio en humildad humana.


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