El artificio de la escritura / The artifice of writing


martes, 15 de diciembre de 2015

En Media Isla

En la revista electrónica Media Isla se acaba de publicar esta nota mía. La revista puede leérsela--actividad que recomiendo--en http://mediaisla.net/revista

El arte de narrarse a sí mismo Reviewed byEl arte de narrarse a sí mismo

SANTIAGO DAYDÍ-TOLSON [mediaisla] Es virtud del artista concebir a ráfagas de imaginación. Atrapado entre la vigilia y el sueño, el creador ensueña: duerme y despierta, despierta y sueña. Quien vive ha de crear: crearse a sí mismo, inventarse el que ha de ser.

Se vive un poco a como se van dando las cosas y a pesar de los ensueños y las buenas intenciones. Para los más tal vez lo práctico y conveniente, lo viable, sea el proverbial y realista ir reajustando la carga en el camino; que nunca faltan los fardos y costales que llevar al hombro o a la rastra y a tirones. Así, a paso no siempre seguro, este homo viator que somos según la vieja alegoría va peregrinando —romero penitente— de un misterio a otro, quiéralo o no, a gusto o disgustado, según le haya tocado en suerte ser de los conformes o de esos otros que no acaban de encontrarle la cuarta y hasta la quinta pata al gato de sus obsesiones.
Nadie se salva de la caminata que, bien sabemos, para todos acaba donde mismo, cualquiera que sea la ruta que se tome.

Nuestra innata inclinación humana a hacerle el quite a toda complicación y trabajo nos libra de consultar los enrevesados mapas ruteros y tomar decisiones relativamente inteligentes. En cambio, siendo más cuerdos que eso, nos dejamos engañar por la ilusión del destino seguro y del trayecto sin sobresaltos que promete la palabrería de los dogmas sectarios de religiones, cultos, clubes y costumbres multitudinarias que nos igualan en nuestras desatinadas diferencias irrelevantes y la mutual desconfianza. Lanzados todos en la misma dirección, avanzamos a penas, a trote agotador y a costalazos, dándonos de codazos y haciéndonos zancadillas unos a otros por no compartir la vereda con los demás, ésos a los que nos conviene odiar porque nos parece que nos odian.
Y así vamos echando adelante cada cual como mejor puede, contra todos y mayormente a ciegas.

Ese tan manido hacer camino al andar, que dijo el poeta sentimental y cantó el juglar de las ingenuas multitudes, da ciertamente en el clavo, o más bien en la tachuela, que es menos decisiva. No porque se entienda por tal dudoso acierto lírico-filosófico la pretensión ilusa de que con cada paso que damos vamos abriendo nuevas rutas —mejores, claro, que las más conocidas y transitadas—, sino más bien por todo lo contrario: porque no tenemos idea de en qué andamos ni por dónde y para dónde vamos. Porque en fin, sin darles muchas vueltas al asunto —que marea y confunde hacerlo—, ante el camino por andar tiramos a la primera y al tuntún por donde más fácil se nos da o nos parece.
No se espere de cada uno de nosotros ni la audacia ni las ganas, menos aún las capacidades, de ir abriendo sendas nuevas, habiendo como hay tanta vereda trillada por la que arrastrar los pies sin más complicaciones que las ya inevitables en todo andar de un lado para otro. Qué necesidad tenemos de inventarnos obligaciones innecesarias.

Cambiando las alusiones alegóricas de cansadas imágenes pedestres a otras más audaces de viajes marineros que hablan de aventuras, riesgos y exploraciones, se descubre que el singlar de una vida en la stulstifera navis más que navegar es un sufrir —en las más veces irritante compañía de tripulación y pasajeros— los extremos de la angustia de las tormentas que la llevan de un lado a otro a la deriva —inútiles la brújula y las cartas de marear— y el tedio de la espera en calmas chichas, enervantes.
Se vive, en fin, como si la vida —este sin fin de casualidades— fuera un proceso incoherente en vez de la obra de arte a que debiera aspirar en un continuo proceso creativo. Vivir como se crea una obra maestra. Ser el creador de ese ars vita que es el logro de la perfección: lo improbable, por no decir lo imposible.

Es virtud del artista concebir a ráfagas de imaginación. Atrapado entre la vigilia y el sueño, el creador ensueña: duerme y despierta, despierta y sueña. Quien vive ha de crear: crearse a sí mismo, inventarse el que ha de ser. En el entrelace de las vivencias y el duermevela, en ese irse encontrando a diario con su propia imagen, en el irle dando forma en el espejo de la contemplación y el descubrimiento se cumple la labor del que vive creativamente.
Toda vida debiera ser la narración que cada cual se cuenta de su propia aventura.

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SANTIAGO DAYDÍ-TOLSON (Valparaíso, Chile, 1943), ha vivido en los Estados Unidos desde la década de los sesenta. Recibió en 1973 el Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Kansas y actualmente, después de enseñar en las universidades de Fordham, Virginia y Wisconsin-Milwaukee —de la que es profesor emérito—, es catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Texas en San Antonio. Ha publicado en su campo de especialización, entre sus publicaciones recientes destacan Under the Walnut Tree (2013) e Insectario (2014), La lira de la ira and some irates lyrics (2015)

 

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