El artificio de la escritura / The artifice of writing


martes, 14 de julio de 2015

Reporte de viaje: 7 La casa



Inexpresable lo que me significó el encuentro con quienes viven en la casa que diseñara el bisabuelo y que cuidan y admiran con un cariño que, de no habérmelo ofrecido tan generosamente, se los envidiaría irremediablemente. No hay cómo agradecerles la oportunidad que me dieron de conocer esa casa y caminarla, sentirle su espacio--concebido por el arquitecto como se concibe un poema--habitado de ese espíritu ancestral que todos llevamos en nuestro modo de ser y sentir lo que somos.

Es tanta la información recibida en tan corto tiempo de quienes querían comunicármelo todo, que no hay manera de dar cuenta de cuanto aprendí y menos aún de lo que se me pasó por la mente como una tormenta luminosa, de las vivificadoras.

Lo primero es anotar que el encuentro con Lesley en la recepción del hotel y, minutos después con John, su esposo, que esperaba en el auto en una callejuela detrás del hotel, fue como un reencuentro, así de a gusto me sentí con ellos; como si nos conociéramos de siempre.

Camino a su casa, que está en una de los pueblos del Gran Manchester--en cuya estación paró el tren en que viajé desde Londres--fuimos conversando del bisabuelo y de lo que íbamos viendo; de manera que en pocos minutos yo estaba confundido y admirado.

En el trayecto me fui dando cuenta de lo hermosos de la ciudad: sus construcciones, sus parques, sus calles arboladas, su sol y sus nubes. Su peculiaridad de ciudad inglesa difícil de describir.

Cómo expresa uno la impresión que le produce la variedad de elementos que le dan su carácter distintivo al lugar, ese carácter agradable, tranquilo, sin nada de ostentoso. Cómo recoger en la memoria el trayecto por la ciudad, esa suma de momentos fugaces: vistas y palabras sucesivas.

A la información inmediata de los sentidos: lo que veo y lo que oigo, lo que siento sentado en el asiento izquierdo siendo pasajero, el sol tibio, la conversación--ese torrente de información que no alcanzo a aprehender del todo--se añaden las reacciones de mi mente confundida que se pregunta dónde estamos y cuándo.

Llegamos a la casa, finalmente. Una casa hermosa, sólida e imponente que apenas se ve entre el ramaje de un jardín de grandes árboles y matas de un profundo verde. Desde la puerta se advierte el cuidado del detalle, esa atención a lo práctico y lo elegante que Lesley--que adora su casa intacta, sin transformaciones que hayan cambiado el diseño original--me muestra a medida que vamos recorriendo la casa cuarto por cuarto.

Abundan las ventanas de vidrios de colores y los detalles decorativos. Imposible detallar cada elemento del diseño; las fotos muestran apenas algo de la totalidad.


En la cocina, con su chimenea original de baldosas verdes, almorzamos deliciosamente una comida inglesa casera: salmón al horno, verduras, vino. Y conversamos largamente de mis ancestros, de sus familias, del carño por el lugar y su historia.

Al caer la tarde salimos al jardín de atrás, un prado rodeado de árboles, arbustos y flores. No pude dejar de notar una mata de fucsia en flor y hacer el comentario de que, aunque es muy común en Inglaterra, su origen es el bosque frío del sur de Chile, esa región que, como he sabido por  información encontrada en internet, el bisabuelo debió conocer en sus viajes de inspección--como arquitecto del Ministerio de Justicia chileno--de las cárceles del territorio indígena y--como miembro de uma comisión de gobierno a cargo que debió inspeccionar los daños del incendio que destruyó gran parte de la ciudad de Valdivia a principios del siglo XX.












De vuelta al hotel pasamos por un sector residencial bellísimo, de la época victoriana, en el que vivía mi bisabuela Hunt. En la calle que corre junto a un antiguo y enorme parque paramos a visitar la iglesia donde mis bisabuelos se casaron varios años antes de viajar a Chile.


Y ya en el centro de Manchester Lesley me mostró el edificio donde mis abuelo tenía su estudio de arquitecto.


En otra ocasión que pasé frente al edificio en mis paseos por el centro me di el gusto de sentarme en el café que hay en la planta baja y pasar un largo rato mirando pasar la gente y dejándome imbuir del lugar, como si la calle guardara la memoria de quien debió conocerla bien y quererla en el recuerdo toda su vida, como se quiere lo propio que se ha dejado lejos en el tiempo y el espacio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El orgullo de tener esa ancestría arquitectónica y el privilegio de poderla sentir tan vivamente tantos años después, ha de ser no menos que una experiencia cuasireligiosa.

Te felicito y agradezco por hacernos partícipes de ella.

El barón