Fin de otoño
Poco a poco, tal vez demasiado lentamente, el otoño va cediendo en la tibieza de sus últimos días a lo que serán los días fríos del invierno que se aproxima.
Las tardes--las largas cálidas tardes de hace unas semanas--se van haciendo imperceptiblemente más breves: el sol se inclina y alumbra con esplendor reprimido. El aire se mueve apenas con una brisa no muy fría todavía. El follaje ya reseco y ajado, cumplida su función, se va desprendiendo de los árboles todavía luminosos.
Y todo esto porque con la regularidad de una ley inmemorial, por anterior al tiempo humano--el que se mide--el orbe inclina el eje en otro ciclo anual.
Orbe atrapado, el nuestro, desde siempre y para siempre en el reloj exacto de las esferas.
Joya diminuta en la maquinaria inmensurable de lo que existe.
Las tardes--las largas cálidas tardes de hace unas semanas--se van haciendo imperceptiblemente más breves: el sol se inclina y alumbra con esplendor reprimido. El aire se mueve apenas con una brisa no muy fría todavía. El follaje ya reseco y ajado, cumplida su función, se va desprendiendo de los árboles todavía luminosos.
Y todo esto porque con la regularidad de una ley inmemorial, por anterior al tiempo humano--el que se mide--el orbe inclina el eje en otro ciclo anual.
Orbe atrapado, el nuestro, desde siempre y para siempre en el reloj exacto de las esferas.
Joya diminuta en la maquinaria inmensurable de lo que existe.
1 comentario:
El claudicar repentino del otoño me hizo tiritar.
El barón
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