Escribir
Cuando se escribe se siente uno, más que nunca, perecedero, una ilusión apenas en el tiempo. Las viejas bibliotecas, los volúmenes antiguos, el pasado acumulado en esas letras que alguna vez una mano viva las llevó al papel, hablan del tiempo y del fugaz transcurso de la vida humana. Hablan también de la continuidad del espíritu que, como la llama que el corredor le pasa al corredor, va de mano en mano iluminando un camino cuyo punto inicial se pierde en el pasado y cuya meta no hay modo de saber dónde se encuentra. Uno cuenta con que no haya viento que apague el fulgor de ese fuego en el que todos hemos de arder, por un instante al menos.
1 comentario:
Lo único que queda de nuestro ínfimo periplo por esta tierra es nuestro arte, ya sea escultura, pintura, literatura o arquitectura.
Nuestra existencia en este mundo—cuando comparada con la relatividad del universo del que somos parte— es un evento microscópico, efímero, transitorio y fugaz como aquella estrella que rasga la endrina manta del infinito nocturno.
Que sea nuestro legado, al que estamos condenados a dejar de una forma u otra, aquel que futuras generaciones puedan percibir como progreso, cultura y engrandecimiento.
Que tengamos el privilegio de pasarle la proverbial antorcha a una nueva generación.
Que las letras tuyas, mías y las de humanidad jamás fenezcan ¡Orondo soy de tal privilegio!
André
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