El artificio de la escritura / The artifice of writing


domingo, 11 de noviembre de 2012

En la carretera al caer la noche


Salir de la ciudad al atardecer, a la hora cuando millares de personas vuelven a casa y el tráfico es una lenta pugna por avanzar, parece un error de cálculo, una decisión precipitada. La experiencia de encontrarse en medio de la infinidad de coches impacientes, sin embargo, tiene algo de revelador: a medida que la carretera avanza hacia los suburbios y éstos se van haciendo cada vez menos densos, disminuye el volumen de automóviles en pugna, aumenta la velocidad del avance y las luces del atardecer fastuoso se intensifican en el horizonte, cada vez más presente en la ausencia de las luces de la ciudad. 

En su afán de huir al campo los más prósperos lo han ido apartando cada vez más, le han negado su noche y su silencio. El viajero que se apresura en dirección a lo oscuro comprueba en el alejarse cómo la ciudad, encandilada, insiste en invadir esa quietud que al cabo de unas millas se hace al fin definitiva. 

Cae la noche. Al breve crepúsculo que la ciudad no pudo ver, miope de inmediatez y luminarias, lo sigue en la carretera casi solitaria, la noche cerrada de la naturaleza casi intacta. Sólo la limitada luz de los focos sobre el pavimento del camino que se esfuma en lo oscuro resta de la ciudad a giorno dejada atrás.

Comprende el viajero entonces el pavor ancestral de la noche que, incluso con la intrusión de sus luces que apenas la penetran, impone su mole de lo oscuro: mole y muro. O total vacío. 

Manejar de noche tiene algo de la ceguera del desvarío. Algo del ensueño de la huída.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Éxodo masivo e inmediato del epicentro de la masa crítica laboral que como explosión nuclear, nos insta a alejarnos de ella en lo más breve posible.

Salida disparada de ese trajín cotidiano con nuestro vehículo apuntando como saeta hacia el blanco en el que nuestro hogar se convierte por lo menos una vez al día.

Durante nuestra afanosa huida, el pensamiento predominante —aparte del de llegar a nuestra morada cuanto antes— es observar en el espejo retrovisor la disminución gradual de aquella silueta capitalina delineada por el crepúsculo artificial, producto del derroche lumínico a espaldas nuestras.

Esa cinta de asfalto negro gradualmente se disuelve en la negrura suburbana, pero en su punto final titila la luz del fogón del nido.

André