Noche de casi luna llena
Salgo, apresuradamente, a buscar el correo y afuera me sorprende, inesperada, una noche de casi luna llena.
Comprende uno en ese instante sorprendente el temor sagrado de los antiguos, antepasados de los que hemos heredado el pasmo ante la noche. La verdadera noche, no la de un mundo artificialmente iluminado “a giorno” y por lo mismo ciego, encandilado.
La luna, con su muesca de menos para ser perfectamente luna llena, me hace dar sombra sobre el suelo, más sombra incluso que las tripartitas del alumbrado. Se diría que al caminar me acompañaran mis demonios, los que nunca veo, y se presiente en la brisa casi tibia de la primera noche de primavera, el hálito agitado del licántropo que uno pudo haber sido.
La noche, de pronto, se eterniza en lo inmediato. La luna en el cielo una clepsidra a punto del rebalse.
Camino más a prisa, por si acaso. El corazón se adelantó al apuro.
La noche, en tanto, insiste en lo perfectamente inmóvil.
La luna, con su muesca de menos para ser perfectamente luna llena, me hace dar sombra sobre el suelo, más sombra incluso que las tripartitas del alumbrado. Se diría que al caminar me acompañaran mis demonios, los que nunca veo, y se presiente en la brisa casi tibia de la primera noche de primavera, el hálito agitado del licántropo que uno pudo haber sido.
La noche, de pronto, se eterniza en lo inmediato. La luna en el cielo una clepsidra a punto del rebalse.
Camino más a prisa, por si acaso. El corazón se adelantó al apuro.
La noche, en tanto, insiste en lo perfectamente inmóvil.
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