De vuelta del silencio
Hace exactamente dos meses que escribí la nota anterior. Han sido dos meses de silencio que, irrelevantes dentro de la atemporalidad de la red, importaron mucho para el que ahora vuelve a la locuacidad de este medio con la impresión de haber estado, al modo de los anacoretas de una edad de milagros, en la soledad silenciosa del desierto, esa tierra predilecta de los visionarios.
Nada de visionario tiene, sin embargo, quien esto escribe. Todo lo contrario. Con cautelosas dudas va palpando las manifestaciones de una realidad que sus sentidos le entregan en complicada multiplicidad, como para confundirlo. Y ante la evidencia de un mundo demasiado rico y complejo para las capacidades de la conciencia, se declara ignorante apasionado, tanteador de cuanta maravilla se le ponga por delante. A sabiendas, por cierto, de que no hay manera de ordenar el caos sin proponer sistemas limitados y limitantes; de que no hay cómo librarse del pavor de lo inasible. Llama el silencio con su humildad y perfección inalcanzables, mientras la palabra, desbordada de ansiedades, tienta a seguir hablando, a seguir escribiendo lo que se siente, lo que se quiere, lo que se podría conseguir si sólo la palabra recobrara la magia que debió tener cuando nombró las cosas por la primera vez y creyó crear el mundo. Entre la palabra y el silencio está el abismo de lo que no nos atrevemos a mirar de frente.
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