Lo que se va perdiendo

Calma matinal de pueblo chico que lleva a pensar en la clásica alabanza de la aldea en menosprecio de la corte. Tradición ésta que hoy se manifiesta en la oposición y disputa entre la ciudad--la megalópolis--que invade el lugar ameno y el lugar ameno que mal puede defenderse de la invasión que lo destruye.

La nostalgia del paraíso, que lleva a querer vivir en los lugares que lo remedan, es tan antigua como la especie misma, la desterrada del jardín que añora y que destruye en su afán por recuperarlo.

Mientras quienes tienen la posibilidad de hacerlo construyen sus mansiones en lugares hermosos que al cabo de unos meses dejan de serlo a causa de ellos mismos, las multitudes reclaman espacios naturales para establecer sus arrabales insípidos que arrasan lo que eran tierras de cultivo o parajes naturales con algo del jardín idealizado.

El deseo de habitar en el lugar ameno y el creciente número de personas que aspiran a la dichosa vida de esa aldea de ayer ha ido con los años desbaratando toda posibilidad de recuperar lo perdido. 

Ese paraíso, que nunca existió sino en la imaginación ensoñadora del insaciable ser humano, no podrá existir jamás en la realidad, aunque desde siempre se lo haya querido crear y habitarlo.

El menosprecio de la corte y la alabanza de la aldea han acabado con lo digno de alabanza y han hecho de la corte un lugar cada vez más despreciable.

Queda el consuelo de que a todo se adapta el ser humano, ignorante de lo que fue e incapaz de imaginar lo que podría haber sido.