Sin apuro
Arrebatados por el veloz caudal del tiempo vamos, creyendo que se ha de vivir así para hacerlo plenamente. Grave error que nos lleva al cansancio extremo, al agotamiento del hastío y el desengaño.
Lentamente--dice el refrán--lentamente, y sin temor de no avanzar--agrega otro decir popular--se llega lejos. Un lejos que nada tiene que ver con la meta inalcanzable que se nos impone y nos pone a correr como galgos frenéticos a la caza de una liebre de mentira.
Se trata de una distancia interior, de una amplitud mental que aumenta con la calma de ir paso a paso al pausado ritmo del que se da tiempo para observar el mundo y observarse atentamente a sí mismo.
Así, despierte uno sin el sobresalto de alarma alguna. Que el sueño satisfecho de por terminada su labor de reposo y de paso a la acción medida del organismo despabilado y en control de su energías.
Levántese y salga uno a caminar al aire libre y la quietud de la madrugada. Oiga uno las campanas de un reloj que desde lejos cuenta lentamente la hora temprana. En el prado de un jardín del barrio en calma vea un pavo silvestre pavonearse entre varias hembras que lo acompañan y siguen, o alcance a ver escabullirse en la maraña de unos matorrales un animal prevenido que, justificadamente, en ese momento lleva prisa.
No la lleve uno al ejercitarse: en vez de trotar--como algunos recomiendan--camine, dándose tiempo a mirar y dando oportunidad a los encuentros que la calma del paso y la mirada atenta propician.
Sean así las mañanas de quien ha de saber vivir el día sin prisa ni precipitaciones y en control del tiempo que insiste--el apresurado--en arrebatarlo en su desaforado abalanzarse.
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