El artificio de la escritura / The artifice of writing


domingo, 5 de julio de 2020

La dicha de escribir

Acaba el campanario--reminiscencia de la antigua universidad monacal--de dar las doce: mediodía.
    Dejo la pluma y la página, mitad en blanco: son instrumento y material de una labor que desde temprano en la mañana he ido cumpliendo línea línea, con interrupciones cada tanto del teléfono y sus contactos con el mundo infinito de la red, para tomar un descanso porque, aunque no lo parezca, quién se sienta al escritorio y escribe durante un par de horas sin otro movimiento que el de la mano se cansa y necesita un momento de reposo. 
    Lo pide el cuerpo. 
    Pide desperezarse, no porque estuvo perezoso sino porque en la concentración del trabajo de escribir todos los músculos estaban atentos al esfuerzo. 
     No sólo la mente y la mano escriben, sino todo el cuerpo: magnífico instrumento que produce la palabra.
    Y porque escribir es un acto vitalmente corporal no da lo mismo hacerlo en cualquier parte y de cualquier manera. El espacio en que se escribe, el rincón propio, la celda del escriba importa tanto como el instrumento, sea pluma o computador. 
     El silencio de la biblioteca, la mesa firme frente a la ventana de la luz, el roce de la pluma fuente sobre el papel sedoso, la inclinación del torso sobre lo que se va escribiendo son todos componentes esenciales del verso y de la frase exacta, de la oración y el párrafo bordados del filigrana hermoso del garabato significante.
    Escribir, como toda actividad humana, es un acto ritual, un gesto de homenaje, no a los dioses patéticos de las sectas temerosas, sino a la obstinada humanidad creadora de sí misma, primer y único motor de la realidad. 
    Échense a volar las campanas de la dicha de crear.



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