El artificio de la escritura / The artifice of writing


jueves, 2 de julio de 2015

Reporte de viaje: 5. Algunas consideraciones

“Details make all the difference” es el motto de la libreta de bolsillo o carnet que compré apenas llegado a Manchester. “Ein Notizbuch ist unverzichtbar” (Una libreta de notas es indispensable) añade el folleto que acompaña a la libreta producida en Alemania por la casi centenaria compañía Leuchtturm de Hamburgo. Y aciertan en ambas afirmaciones los fabricantes de tan bien hecho objeto: para el viajero atento ha sido el carnet de nota desde siempre una necesidad y su atención a los detalles una obligación. Por lo mismo es una costumbre mía cada vez que voy de viaje comprar una libreta y una plumafuente en el lugar que visito; y una de mis primeras excursiones en toda nueva ciudad es la búsqueda de una papelería.


En Manchester tuve la suerte de toparme con una lindísima tienda de arte a pocas cuadras del hotel cuando al día siguiente de llegado salí a darme una vuelta por las calles menos transcurridas aledañas al hotel para desde ellas y sus curiosidades volver al sector de las tiendas. Compré allí la libreta en que he tomado estas notas. Habría querido conseguir una libreta hecha en Inglaterra, pero no tenían ninguna. Tampoco tenían plumas fuentes. Ésta—también alemana, una estupenda Staedler—y la libreta inglesa imprescindible las compré un día después en un mall extenso a pocos pasos del hotel en una amplia y concurridísima calle peatonal gracias a la ayuda de una dependiente que me indicó dónde encontrarlas en el laberinto del centro comercial.

Ya provisto de mi instrumental pude en diversas ocasiones sentarme a tomar el té con scones y a escribir junto a una ventana que me diera la oportunidad de observar esos pequeños detalles que hacen la diferencia.

(He de advertir que cuando se habla en una narración de “diversas ocasiones” se está acudiendo a una generalización que narra más que nada un sentir en la memoria una diversidad que en la realidad a lo mejor no la hubo. El recuerdo tiende a exagerar, sustituyendo lo que exactamente sucedió con lo que ese suceso produjo en la mente: la impresión de una repetición y durabilidad que la mente opone a la transitoria diversidad inherente al viaje necesariamente apresurado del que cuenta los días que se le van demasiado rápido.)

Y no es un detalle irrelevante el de la comida, uno de los aspectos principales de la experiencia de viajar. Es lugar común decir que la cocina inglesa es una calamidad. El viajero que así piensa y pasa algunos días en el Reino Unido puede librarse del sacrificio de comer lo que no sabe apreciar ni entiende atiborrándose de pasta y pizzas italianas, hamburguesas, curries, comida china, turca y mexicana, entre otras variedades de comestibles internacionales. Yo, nostálgico de sabores de la mesa casera, opté cuantas veces pude por comer lo típicamente inglés. Para eso nada mejor que los pubs, donde además de una variedad de cervezas suelen servir la comida que yo andaba buscando: steak and kidney pudding, fish and chips, bangers and mash, fish pie y otros pies de carne. Y a la hora del té me incliné por los scones y los pies de manzana y limón que superan en delicadeza a cualquier pie que uno pruebe en otras tierras.

Son los pubs un detalle central en todo viaje a Inglaterra y en Manchester no faltan y casi todas se caracterizan por un atractivo exterior y un interior que invita a pasar las horas charlando. Algunos exteriores que fotografié dan una buena idea de lo que un pub representa en el paisaje urbano:










Viajar lo enfrenta a uno con insistencia a lo mucho que los detalles afectan la experiencia cotidiana. Detalles tanto gratos como desagradables. Porque viajar es una actividad contradictoria en la que se contraponen la ilusión de la aventura y la novedad con la realidad de las complicaciones y dificultades que toda aventura presupone. La actitud del aventurero frente a los detalles determina la calidad del viaje, su condición de experiencia gratamente memorable o todo lo contrario.
Viajar, por lo mismo, es un ejercicio espiritual que requiere de convicción y disciplina. La industria turística, que está dirigida a hacer innecesarios esa atención al detalle y ese esfuerzo personal que han sido lo esencial del viaje, su razón de ser, promueve una concepción malsana de lo que es viajar. Por eso es que hay que evitar lo que se promueve como entretención y pasatiempo, rechazar la idea de que el viaje es un abandonarse al no hacer nada, al pasarlo bien a toda costa. Viajar es un esfuerzo y un logro.

Dichoso es el que puede ir a solas descubriendo lo que la realidad ajena le ofrece al que la sabe observar en sus detalles, ésos que no se anotan en las guías turísticas porque dependen de quien los advierte. Detalles como el caminar de la gente, el olor del café al doblar una esquina, el nombre de una calle, una ventana, el suave gastado de las piedras de una escalinata, los niños de uniforme en los museos, la cerveza recomendada en el bar por el muchacho que juzga bien tus preferencias, una fachada que nadie mira o un jardín interior entrevisto desde un portal. Viaje sin otro itinerario que las sorpresas de la suerte.

El esfuerzo de cargar equipaje, hacer colas, no entender la lengua en que te hablan, comer lo que sienta mal, atender a los detalles de pasajes y pasaporte, cambio de dinero, reservas de hotel, precios incomprensibles no es más que la prueba de fuego, el precio que hay que pagar por la dicha de trasponer la frontera invisible entre dos mundos, el habitual y el ajeno, el que hay que descubrir paso a paso y atento a todo como el explorador que no sabe qué le espera más adelante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Disculpadme amigo Santiago, que se me olvidó mencionaros que desde la estación de tren en Bucarest, mi cochero os reconocerá y en mi coche (diligencia tirada por cuatro fogosos caballos negros) os traerá a mi morada, el castillo de Bran: ¡Vuestra estadía serå memorable!

El barón (verdaderamente, es el conde)