Fulgor de la armonía
Ante el monótono hastío de lo mismo cotidiano se ansía a veces la novedad y más de alguno se aventura en la exploración de lo diferente. Qué pueda ser eso diferente que se busca no hay manera de saberlo y ni siquiera de imaginarlo. Se somete el ansioso a la sorpresa y la casualidad, fuerzas opuestas a la propuesta ilusa de todo plan y su objetivo.
No se le escapa al advertido la ironía de que al abrirse a la oportunidad de lo inesperado se formula también un plan y un objetivo: alcanzar en el azar de lo improbable la armonía interior del satisfecho.
Eso es, dar al fin con la elusiva y probablemente imposible armonía interior: el bien absoluto. Lo que nadie consigue y todos buscan: el Santo Grial, la Piedra Filosofal, El Dorado, la increiblemente marvillosa Lámpara de Aladino, Shangrilá, el Ganedén recobrado: este único momento y su fugaz fulgor.
1 comentario:
Lo inquisitivo en nosotros es nato y nos obliga —como espinita que es menester sacarse— a “meter las ñatas” en asuntos que precisamente por ser vedados nos atraen.
El vocerío de los regaños de la infancia aún retumba con frases célebres como “¡Deja eso!” y “¡No te metas donde no te importa!”, pero nó, el magnetismo de lo ignoto es muchísimo más fuerte que la amenza de la potencial azotaina propinada por nuestros progenitores y como tahúres atraídos por el juego, apostamos a tentar la suerte.
Supongo que nuestra amiga Pandora sabe exactamente de lo que hablamos y lo lamenta hasta la fecha.
André
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