Viajero de barrio
Quien camina a diario por su barrio y lo hace con mirada atenta actúa como auténtico viajero, curioso y admirado.
Cada mañana la caminata habitual es para el observador una nueva excursión por espacios y momentos nuevos, como si al caminar se adentrara en territorios distantes y tiempos remotos de la aventura y las sorpresas de lo insólito.
Prodigio de la imaginación.
A veces lo insólito se vuelve habitual y no por eso menos sorprendente. Combina el paseo matinal lo grato del hábito---lo largamente conocido--- con la sorpresa de lo que estando allí donde siempre, escapó a la mirada y aparece como nuevo o es, definitivamente, novedoso.
Novedoso fue un día el caso, realmente inusitado por ajeno al barrio, de la visión inesperada---el azafrán de su hábito una variedad del ocre y amarillo de esa mañana de otoño---de un monje budista en su propio paseo de madrugada.
Fue, no cabe duda, una sorpresa toparse con tal figura incongrua--por cierto inesperada--al doblar una esquina en la que se doraban a la luz sesgada de la mañana unos añosos crespones que en verano serían de un esplendor rosado.
La aparición inverosímil de ese monje budista, de carne y hueso, ataviado de su toga color de azafrán, le produjo al paseante la brusca evocación de un viaje a tierras de veras distantes, donde en las mañanas, recién saliendo el sol, vio a un muchacho en el hábito azafrán del monje budista que frente a la puerta de una casa, esperaba, sosteniendo con ambas manos un caso de barro para su óbolo.
Bella visión la del paseo por su barrio que, por un momento pareció ser sólo la evocación de algo que, aparentemente olvidado, se había mantenido en callado recuerdo, en permanencia emotiva, como queda en el espíritu, como olvidada, tanta experiencia vivida en viajes transformadores.
Evocó entonces el viajero los bellísimos wats de otro mundo y sus aires de dorado polvo alzado por la brisa. Una ráfago de viento matinal puso en vuelo, en ese instante, las hojas amarillas de los olmos otoñales de su barrio.
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