Escombrera del derrumbe

                              Todo derrumbe acaba en un montón de escombros desde el que, con el tiempo, brotan y florecen las más robustas malezas.

Son los andamios un exoesqueleto, sostén desde el que se engendra y va creciendo la torre imaginada, como del nido crece el ave para el vuelo y de la maceta el arbusto ornamental. 

Algo así imagina, encaramado en lo más alto de la maroma de equilibrista, el albañil que va añadiendo---piedra a piedra---a la esbeltez del edificio en construcción.

¡Qué mejor oficio que éste---casi alado---de levantar muros de piedra en lo vacío de los aires y sus ventoleras! Transformar lo aéreo en luz de dorada piedra, en material altura. 

En los dominios del viento---y contra él---alza e impone la soberbia torre, su presencia. Se la da el andamio, también construcción admirable en su impermanencia.

Compite al andamio—como también la torre que genera— con las leyes del descalabro. Se alza, entrelazando fuerzas y tensiones, en el abismo del aire. Se esfuerza, como un ser vivo, y tiembla; se cimbra, acosado por el afán del caos y el derrumbe.

Desde lo alto presiente el albañil lo que le adviene. Se ha extralimitado—bien lo sabe–en su pasión creadora y los dioses, heridos en su soberbia de demiurgos—águilas rapaces del empíreo—se vengarán, destructores.

Caerán—y él con ellos—los andamios demolidos—maderas astilladas por el viento vendaval, aliento de la deidad furiosa. Será también el derrumbe de la torre, que caerá---hecha pedazos---a la tierra: desprendida de la altura, víctima de la gravedad, contraria a todo ascenso.

Será entonces el estruendo apocalíptico, la polvareda elevada a las alturas como el humo graso de una hecatombe.

En el silencio sepulcral de la escombrera resultante irán las horas, los días, los años haciendo germinar, por obra pertinaz de lo diminuto, las semillas desperdigadas y su vigor de voluntad vertical de ascenso. 

Alta,en el tallo erguido florecerá algún día, triunfal, la rosa rediviva, la eterna.