El artificio de la escritura / The artifice of writing


viernes, 29 de mayo de 2015

De un diario extraviado: El oscuro barullo

Vaya uno a entender qué pasa en este enredo infinito del sistema nervioso y su nódulo mayor: nuestro cerebro.

Hay días, como hoy, en que las imágenes, ideas y fantasías se apiñan y disputan por ser las primeras en convertirse en palabra escrita; y hay días, semanas—noches enteras—en que el barullo de la mente es un caótico murmullo, como el del tinitus con que el cerebro engaña al oído por no sé qué maldad de duende sordo y envidioso.

A las pocas y raras horas del duermevela visionario se oponen, en una disputa desigual por el tiempo disponible, las largas temporadas de neblinas y ruidos incoherentes como de cortocircuitos o cristalerías rotas.

Vaya uno  saber quién anda por los oscuros rincones de la casa; qué arácnido letal, qué ratas portadoras del virus de la ira, qué translúcidos ciempiés de la melancolía.

Felices son los instantes en que al fantasmal barullo de lo oscuro lo acalla el doblar de campanas de un verso feliz que lo dice todo, de una imagen que abre mil puertas como lo promete el poeta de la llave mágica

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Con razón, don Baruj! Su libro de poesía titulado “La lira de la ira” fue verdaderamente escrito por “…ratas portadoras del virus de la lira…”.

Con todo el respeto que le es debido, debe Ud. de cuidarse de cualquier bicho que se atreva a reptar en su domicilio con un instrumento musical que la gran mayoría de la gente hoy no sabe lo que es.

En caso de que me lo interroguen e intenten extraerle el significado de la lira, con toda confianza respóndales que la lira es un instrumento cuyas notas son más flacas que silbido de culebra.

Ahora espere un momento para ver cómo reaccionan.

El barón

Anónimo dijo...

Discúlpeme mi estimado don Baruj: mi mente se desvió hacia imágenes de serpientes que se comían a las ratas portadoras y por ende erróneamente usé el verbo “reptar” sin intención de aplicarlo a las ratas que más bien se escurren en la penumbra sin percatarse de que aquella presunta abertura en la pared es verdaderamente la boca abierta del ofidio que pacientemente espera.

El barón