El artificio de la escritura / The artifice of writing


viernes, 17 de octubre de 2008

De canal en canal, interminablemente

Teniendo el aparato de televisión delante me dejo engañar por la ilusión de que voy a encontrar algo que ver y me paso las horas saltando impacientemente de un canal a otro, cumpliendo con lo que parece ser una conducta normal entre los hombres, en contraste con la de las mujeres, que saben perfectamente lo que quieren mirar, lo seleccionan y lo miran. Habrá que reconocer en la absurda conducta masculina de saltar impacientemente de cana en canal una raíz psicológica profunda, ancestral, que no deja de tener importantes y duraderas consecuencias.

Supongo que esa latente condición de explorador que anda lo indecible por buscar lo innombrable e indefinible es propia de la especie humana y no hay nada de extraordinario que uno se pase la vida con la ilusión imprecisa de que en cualquier momento, en el menos esperado, se va a producir lo que se tiene que producir: la manifestación de lo largamente esperado. El que uno llegue a la edad madura sin que se haya producido nada que ni se aproxime siquiera a lo que sería ese imponderable descubrimiento lleva a pensar en el carácter puramente motivador de tal condición de espera.

A lo mejor hay quienes reconocen en algún aspecto de sus vidas eso esperado y lo aceptan y asumen. Y también estamos los que nunca vamos a tener la suerte de dar con ese tesoro escondido sin querer aceptar su inexistencia. Y estarán los que se dan perfectamente cuenta de la trampa que nos juega el cerebro ancestral y cortan por lo sano: no esperan nada y se dan por contentos—o conformes—con lo que tienen. Son los prácticos sabios que prefieren el pájaro en la mano a levantar ansiosos la vista a la bandada que en el aire piruetea. Muchos son, sin embargo, los que viven mirando al cielo y van por el mundo a tropezones.

2 comentarios:

hijo de hombre dijo...

¿Será que Aristóteles apunta a esta problemática cuando opina que la felicidad--la eudaimonia--es una manera de vivir y no el componente de una tautología? Debemos cavilar esto con el efecto placentero de un vino chileno.

-- Juan Guillermo

Santiago Daydi-Tolson dijo...

Lo del vino se entiende. Las buenas filosofías se cavilan. La felicidad, qué ilusión del filósofo, que convicción del ingenuo.

Juan Guillermo, disculpa el que no haya visto tu comentatio hasta hoy. Tenía al blog castigado y sólo hoy he venido a mirarlo y darle lo que pide.

Gran gusto leer tus palabras, que no serán, espero, las últimas que lea en este espacio.

Un abrazo de bienvenida.